jueves, 19 de julio de 2012

De los despojos y las responsabilidades

Defiendo a muerte eso que dice mi mamá (veo que cito mucho a mi mamá, tendré que darle a leer mis textos) que dice Borges sobre el instante preciso de la vida en que uno vendría a descubrir quién es y a ser eso para siempre. Porque si no, no hay explicación para mi 2009. En esos momentos es cuando hay que tomarse el atrevimiento de la decisión, y tener el coraje para sostenerla, porque si no se es una mentira. Y ser una mentira es algo muy grave.
También me gusta eso que me dijo mi mamá sobre el texto que escribí de Estela y ella: “Me hace muy bien pensar que a lo mejor tu sed de justicia tiene que ver con que escuchaste desde mi panza el reencuentro con Estela”. Porque si no ¿con qué tendría que ver? Fíjese que escuchar eso desde la panza no es ninguna pavada. Así que, a lo mejor, a ese instante que yo ubico físicamente en el 2009,  lo viví antes de nacer, en ese reencuentro.
Esas madres del dolor nos dicen que “gracias a sus padres por prestarnos a esos chicos”, que “gracias por levantar sus despojos”, que “gracias por no conocer a sus hijos y luchar por ellos”. No es que me esté tirando flores: más bien diría que nuestros padres nos llevaron a eso, por buenos o por malos; que jamás conocí los despojos de esas madres, porque desde que su vida se transformó en una tristeza nostálgica y contradictoria, ellas se volvieron más enteras que nunca y se eternizaron involuntariamente en nosotros, no hay despojos que levantar; que a sus hijos los conocimos, porque los teníamos a la vuelta de la esquina y tenemos que asumir la responsabilidad de no escucharlos a tiempo, más que la de luchar por ellos ahora.
Pero vale aclarar que había algo en nosotros (hablo de mí y de otros que me matarían si los nombro) antes de ese 2009, que nos llevó con tanta firmeza por ese ancho camino en el que somos tan poquitos, y que deja lugares para algunos oportunistas que vienen a decirse compañeros. Yo ubico ese “había algo” en el reencuentro de mi mamá y Estela que escuché desde la panza, porque no lo sé explicar, y si estaba en la panza, se justifica que no sepa.
Diría que el reencuentro sembró en mí una sed de justicia en potencia, latente, que se podía sentir en el cuerpo pero nada ni nadie era capaz de canalizarla. Y que en el 2009 se puso en práctica, después de gestarse por años de intentos fallidos de liberarse, y que (como la mismísima mente) tiene rincones desconocidos, que se van desprendiendo del cuerpo a medida que nacen otros, hasta el día en que me muera. Así, definitivamente siempre habrá cosas que ajusticiar, pero ya encontramos con quiénes, esos quienes que nunca se convierten en despojos.
¿Es más o menos eso lo que dicen mi mamá y Borges? No creo, pero mi mamá se va a poner contenta de ser la musa inspiradora de este texto.

domingo, 8 de julio de 2012

Sobre el desconocimiento. Como elección.



Las personas tenemos, en lo más profundo de la intimidad, conocimientos que elegimos no racionalizar. Alguna vez hablaba con una amiga de esas incomodidades que una borra del pensamiento inclusive antes de elegir que pasen por él, pero pasan. Yo me niego incomodidades por miedo a ser la única que las siente, por miedo a no generar consenso. Y cuando otro las manifiesta, siento alivio.
El desconocimiento que se elige no es lo mismo que la ignorancia. El desconocimiento que se elige, no puede ignorarse. Todo lo contrario, si elegimos desconocer algo que conocemos, ese algo nos termina atormentando: no se puede ignorar. Es algo así como el pase a la clandestinidad de los conocimientos. De lo que se sabe que pasa, y se sabe que se sabe, y se opta por no saber.
El hecho de que yo sea miedosa no es, aunque no me crean, factor determinante para decir lo que sigue. Yo creo que aquel que elige desconocer incomodidades por inseguridades propias, sin perjudicar a nadie más que a sí mismo es, de alguna forma, inimputable. Claro, debe cambiar.
Pero hay otro motivo por el que elegir el desconocimiento, y es muy perverso. Cuando el curso de los hechos genera dudas, confusiones e incertidumbres, intentar desenmarañarlas suele tener algún grado de peligrosidad. Cuando se elige desconocer porque quien desconoce no puede ser condenado por no denunciar, cuando se elige desconocer para no denunciar, es imperdonable. Y ese tipo de desconocimiento tampoco es igual a la ignorancia. Porque esa atrocidad, que no incomoda lo suficiente como para imponerse, también atormenta. Pero esa atrocidad no denunciada, nos atormenta a todos, y por eso elegir desconocerla es tan cruel que no tiene nombre.