Defiendo a muerte eso que dice mi mamá (veo
que cito mucho a mi mamá, tendré que darle a leer mis textos) que dice Borges sobre
el instante preciso de la vida en que uno vendría a descubrir quién es y a ser
eso para siempre. Porque si no, no hay explicación para mi 2009. En esos
momentos es cuando hay que tomarse el atrevimiento de la decisión, y tener el
coraje para sostenerla, porque si no se es una mentira. Y ser una mentira es algo
muy grave.
También me gusta eso que me dijo mi mamá
sobre el texto que escribí de Estela y ella: “Me hace muy bien pensar que a lo
mejor tu sed de justicia tiene que ver con que escuchaste desde mi panza el
reencuentro con Estela”. Porque si no ¿con qué tendría que ver? Fíjese que
escuchar eso desde la panza no es ninguna pavada. Así que, a lo mejor, a ese
instante que yo ubico físicamente en el 2009, lo viví antes de nacer, en ese reencuentro.
Esas madres del dolor nos dicen que “gracias
a sus padres por prestarnos a esos chicos”, que “gracias por levantar sus
despojos”, que “gracias por no conocer a sus hijos y luchar por ellos”. No es
que me esté tirando flores: más bien diría que nuestros padres nos llevaron a
eso, por buenos o por malos; que jamás conocí los despojos de esas madres,
porque desde que su vida se transformó en una tristeza nostálgica y
contradictoria, ellas se volvieron más enteras que nunca y se eternizaron
involuntariamente en nosotros, no hay despojos que levantar; que a sus hijos
los conocimos, porque los teníamos a la vuelta de la esquina y tenemos que
asumir la responsabilidad de no escucharlos a tiempo, más que la de luchar por
ellos ahora.
Pero vale aclarar que había algo en nosotros
(hablo de mí y de otros que me matarían si los nombro) antes de ese 2009, que
nos llevó con tanta firmeza por ese ancho camino en el que somos tan poquitos,
y que deja lugares para algunos oportunistas que vienen a decirse compañeros. Yo
ubico ese “había algo” en el reencuentro de mi mamá y Estela que escuché desde
la panza, porque no lo sé explicar, y si estaba en la panza, se justifica que
no sepa.
Diría que el reencuentro sembró en mí una
sed de justicia en potencia, latente, que se podía sentir en el cuerpo pero
nada ni nadie era capaz de canalizarla. Y que en el 2009 se puso en práctica,
después de gestarse por años de intentos fallidos de liberarse, y que (como la
mismísima mente) tiene rincones desconocidos, que se van desprendiendo del
cuerpo a medida que nacen otros, hasta el día en que me muera. Así,
definitivamente siempre habrá cosas que ajusticiar, pero ya encontramos con quiénes,
esos quienes que nunca se convierten en despojos.
¿Es más o menos eso lo que dicen mi mamá y
Borges? No creo, pero mi mamá se va a poner contenta de ser la musa inspiradora
de este texto.