Pocas
cosas me gustan tanto como viajar con amigos/as que además son compañeros. Yo me
fui hace unas semanas al aniversario número 36 del Apagón de Ledesma, a la
marcha número 29. Una marcha masiva, emocionante, bastante dolorosa, y este año
con algo de felicidad: comenzó el juicio en el que, vamos a luchar por eso
hasta las últimas consecuencias, probablemente se impute y -con un poco más de
suerte- se encarcele al genocida Blaquier.
Entonces ahí estaban los espacios, las
madres, los hijos, los familiares de víctimas de ayer y de hoy. Estaban las
organizaciones, los grupos de arte, los partidos. Es una marcha amplia, es una
marcha unificadora si se quiere. Bienvenidos los chicos de La Cámpora por primera vez
después de 29 años a esta marcha, sólo me pregunto qué fue lo que hizo que no
vinieran antes.
No pueden decirse muchas cosas nuevas de los
espacios de militancia jujeños, tienen sus vicios, sus historias, sus códigos. Tienen
sus violencias, no voy a decir que no, pero yo al kirchnerista lo critico por
kirchnerista y, si al fin y al cabo La Cámpora desalojó a los Qom, no me atrevo a decir
que la Tupac Amaru
es más violenta. Es bastante injusta, eso sí.
Nos recibió una doña que se llama Juana en
una fundación que era más bien una casa grande en la que todos los años reciben
compañeros que van a la marcha del apagón. Juana es bastante cariñosa y tiene
carita de tristeza porque perdió a un hijo.
La noche antes de la marcha anduvo dando
vueltas por las calles de Libertador General San Martín un camión que llevaba a
la barra brava del club del pueblo, contratada por Blaquier para amedrentar a
los, como decía el noticiero, “foráneos militantes antimineros”. El camión pasó
por la puerta de la fundación y los pibes nos gritaron algunas cosas feas y nos
escupieron. A la mañana apareció tirado en una vereda un compañero que estaba
apedreado y le tuvieron que hacer 10 puntos: había salido sólo de noche y se la
agarraron con él.
Pero mientras los barras recorrían el
pueblo, “lagente” abrazaba simbólicamente a la fábrica de la empresa Ledesma
para proteger su puesto de trabajo, defender a Blaquier y echar a los porteños vendepatria
de Jujuy. Digamos que la cosa anduvo bastante tensa. Había rumores de un
intento de bloqueo de la histórica marcha, que por supuesto no sucedió, porque
es multitudinaria por definición.
La mañana siguiente, antes de la marcha, se
hizo un acto organizado por el Centro de Acción Popular Olga Márquez de Arédez –
Derechos Humanos (CAPOMA - DDHH), y por supuesto en él participaron las madres.
Yo pensé, qué inocente, que estaban ahí para mostrar su adhesión a la marcha
que no caminarían porque son viejitas, pero ya vamos a llegar a esa parte. Decía
que en el acto hablaron muchas madrecitas, pero a mí dos de ellas me
conmovieron hasta la médula. La colorada hermosa Elia Espen, ella habló del
proyecto X. ¿Usted sabe que Elia Espen, MADRE DE PLAZA DE MAYO, está incluida
en las investigaciones del proyecto X? Bueno, sí. Y Elia dijo todo bien clarito
“no me callé con la dictadura, ¿ustedes realmente creen que me van a callar
ahora?”.
Después habló la otra que me toca el corazón
con la mano, que por supuesto es Nora Cortiñas. Ella dijo una cantidad de cosas
que no tiene sentido reproducir, porque es obvio que no le van a generar nada a
quien las lea: la tienen que escuchar. Pero como siempre poniendo la nota, dijo
algo muy simpático: “la gente dice que Ledesma se va a ir del país, que se van
a quedar sin trabajo, que van a cerrar la fábrica… pero ¿qué van a hacer? ¿se
van a llevar la tierra sembrada? Los que tienen esos miedos me dan pena, tienen
que escuchar un poco más”.
Nada, después de eso comimos algo y partimos
hacia la salida de la marcha en Calilegua. El micro de ATE no nos llevó porque,
según nos contó el chofer, le metieron tierra en el tanque de nafta, yo no creo
en las casualidades, hombre. La marcha, multitudinaria por definición, estaba –contra
mi predicción de que las madres no marcharían- encabezada por madres. Madres,
familiares, hijos, familiares de Luciano, en ese orden. Y yo me iba a cada
ratito a ver si Nora y Elia todavía estaban adelante. Algunas de las veces que
me acerqué vi cómo las madrecitas muy mayores se subían a algún auto porque
estaban muy cansadas o insoladas, pero Nora y Elia marcharon los ocho kilómetros,
qué emoción.
Todo lo otro que les pueda contar, es de
importancia secundaria, y lo ya contado también. Porque volcar ese hecho histórico
y trasmitir el calor en el pecho que se siente formando parte de él, es
imposible. Pero bueno, les acerco un pedacito.