martes, 27 de septiembre de 2011

Este cuerpo es mío

Pocas cosas hay que movilizan tanto como nuestro cuerpo. Porque si cuando fuimos muy chiquit@s nos acariciarion bien el pelo, entonces será el pelo lo que nos gustará que nos acaricien de grandes. Vamos creciendo y aprendiendo y aprehendiendo el cuerpo, comenzamos a sentir vértigo por los bordes y hay rincones que empiezan a gustar más que otros porque han sido mejor tratados. Eso es aquello que se llama memoria física: no recuerdo todo el amor y las perturbaciones que sufrí, pero lo siento en el cuerpo.

Todos los cuerpos fueron, son y serán hasta el fin del patriarcado violentados o perturbados, algunos más que otros. De eso se trata no querer mostrar algunas partes, no querer sentir el tacto y juicios de valor ajenos.

Abuso recibimos cuando se mira, se toca, se pega, se viola, se habla y no quiero, cuando se dice qué hacer y cómo con mi cuerpo: que esta pierna allá y esta mano acá, que estos ojos los cerrás y que esta boca la abrís sólo para decir tal cosa. Ahora tenés hij@s, ahora no, ahora vas para ahí pero te vestís de esta manera, o no, pero bancatela en la calle.

En la adolescencia, el cuerpo suele presionar para que se haga con él lo que él quiere que se haga. Y a veces pasa algo feo, cuando el maltrato llega a un punto del que es muy difícil volver (pero se vuelve), nuestro cuerpo termina ofreciéndose enérgicamente como eso que le enseñaron a ser quienes más y peor lo recorrieron.

Ahora bien, si de algo estoy segura es de que este cuerpo, con traumas como todos los cuerpos, con lugares que fueron maltratados y -espero- aprenderé a liberar de a poco cuando alguien los cuide más de lo que sufrieron, con lugares que fueron recorridos con mucho amor, que ofrezco a quien quiero hasta donde quiero y que sé cómo cuidar en otros cuerpos: si de algo estoy segura es de que este cuerpo, carajo, es mío.