domingo, 25 de abril de 2010

Usted sabe. Como es esto.

Me picó ese bichito que no te deja hasta que no agarrás pluma y papel y te ponés a escribir.

¿Y saben qué? Escribir para canalizar una inmensa felicidad. Una felicidad en un mundo cruel, doloroso e injusto; la felicidad de una lucha digna, un amor incomparable y un tiempo a favor.

Una felicidad que últimamente me da pocos respiros, digo, pocos momentos amargos.

Y una felicidad que, como si no alcanzara con lo anterior, me llegó a tiempo. Bueno, para algunos muy temprano, pero prefiero eso a que llegue tarde. Y digo que llegó a tiempo porque a mis cortos 16 años sé lo que quiero para mi vida, para mis pares y para mis hijos.

Creo que sería muy larga la lista de esos señores que construyen mi felicidad. En resumen; familia, amigxs y amigxs y compañerxs de militancia.

A mi familia, sobre todo a mis mayores, les debo las huellas que me han dejado, la libertad que siempre me dieron, los sueños que protegieron, las iniciativas que alentaron. A mis pares les debo un camino que, sobre todo hoy, estamos haciendo juntos. Una infancia llena de risas, meriendas en lo de la abuela y algún que otro porrazo; que también nos enseñó a no saltar en la cama ni correr muy rápido.

A mis amigxs, bueno, a ellos les debo el apoyo, el respeto por lo mío y la confianza para mostrarme lo suyo. Les debo su preocupación y ocupación por mis miedos, por mis sueños y algún que otro reto en el momento indicado.

A compañerxs de militancia, a ellos les debo los cálidos espacios, el lugar que me dieron y las amistades que encontré. Les debo el amor por esto que, sabemos, es nuestra vida y nuestro futuro. Les debo el tiempo, las historias que me contaron y las marcas que me dejaron. Los ejemplos. Y los sueños.

A todos, les debo la paciencia ante los errores.
Y a todos. La confianza.

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