Qué raro es a veces llegar a conocer en profundidad los sueños, los anhelos del otro. Que en definitiva resultan ser la esencia del otro. Y que son pocos los que la dejan ver, son pocos.
No digo que esté mal, claro que no. Mucho menos quiero decir que yo sea uno de esos transparentes, aunque suelo intentarlo. Pero cuando uno siente que la persona que tiene enfrente, o mejor dicho, al lado, demuestra con hechos eso que mucho decimos querer con palabras, es escalofriante.
Y es escalofriante porque es bueno. Porque se trata de un voto de confianza, porque el tiempo corre. Y en estos tiempos, en los que corre el tiempo y suena el río, solemos creer que pocos son los que valen la pena. Y ni que lo diga, los que valen la pena son miles.
Sepa que aquellos que valen la pena no luchan para sobrevivir, luchan para hacer justicia. Son esos que a una le enseñan poquito a poco lo que es y lo que significa estar aquí, donde estoy.
Y esos de los que hablamos no son precisamente militantes full time. O no los que solemos llamar así. Son los docentes, los periodistas, los estudiantes, abogados, militantes, son señores y señoras que aman lo que hacen, aman estar donde están. Porque, de hecho, HACEN. Y nos lo hacen saber.
A esos que a mi me enseñan a vivir, los quiero con el alma.
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