domingo, 8 de julio de 2012

Sobre el desconocimiento. Como elección.



Las personas tenemos, en lo más profundo de la intimidad, conocimientos que elegimos no racionalizar. Alguna vez hablaba con una amiga de esas incomodidades que una borra del pensamiento inclusive antes de elegir que pasen por él, pero pasan. Yo me niego incomodidades por miedo a ser la única que las siente, por miedo a no generar consenso. Y cuando otro las manifiesta, siento alivio.
El desconocimiento que se elige no es lo mismo que la ignorancia. El desconocimiento que se elige, no puede ignorarse. Todo lo contrario, si elegimos desconocer algo que conocemos, ese algo nos termina atormentando: no se puede ignorar. Es algo así como el pase a la clandestinidad de los conocimientos. De lo que se sabe que pasa, y se sabe que se sabe, y se opta por no saber.
El hecho de que yo sea miedosa no es, aunque no me crean, factor determinante para decir lo que sigue. Yo creo que aquel que elige desconocer incomodidades por inseguridades propias, sin perjudicar a nadie más que a sí mismo es, de alguna forma, inimputable. Claro, debe cambiar.
Pero hay otro motivo por el que elegir el desconocimiento, y es muy perverso. Cuando el curso de los hechos genera dudas, confusiones e incertidumbres, intentar desenmarañarlas suele tener algún grado de peligrosidad. Cuando se elige desconocer porque quien desconoce no puede ser condenado por no denunciar, cuando se elige desconocer para no denunciar, es imperdonable. Y ese tipo de desconocimiento tampoco es igual a la ignorancia. Porque esa atrocidad, que no incomoda lo suficiente como para imponerse, también atormenta. Pero esa atrocidad no denunciada, nos atormenta a todos, y por eso elegir desconocerla es tan cruel que no tiene nombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario