domingo, 14 de marzo de 2010

El Club de la Pelea.

En los últimos días llegué a una conclusión que en parte me sirvió, pero es muy dura. Empecemos por el principio.


1º Postal.
Un compañero del colegio estuvo varios días charlando con otros pibes sobre un intento de robo que había vivido. Un pibe (no sabe si era o no menor, pero era joven), apuntándole con una 22, le quiso robar. Por suerte o por desgracia, lo pudo reducir. Cuando lo tenía tirado, le dio tres veces la cabeza contra el piso; no le siguió pegando porque un adulto que estaba presente no se lo permitió, si no, según él, “lo mataba”.
Nota: la 22 estaba numerada, ergo, era de la policía (¡oh! Sorpresa).
Tuve la discusión convencional con mi compañero, a cerca de la crueldad de tener a un pibe en el piso y jactarse de haber podido matarlo, y asegurar que lo hubiera hecho. Pero además, mi compañero sostenía que “éste seguro era el hijo del puntero político del barrio”. Claro, como si un puntero político se expusiera y expusiera a su hijo mandándolo a robar de esa manera. La corrupción del puntero es mucho más implícita, perversa y premeditada que la de este pobre pibe.

2º Postal.
Otra compañera del colegio, me contó, horrorizada y al borde de las lágrimas por la crueldad de la policía y de su propia familia, otra situación similar a la anterior.
A Un pariente cercano, le robaron la campera y otras pertenencias cuando estaba por llegar a su casa. Cuando llegó, se lo contó a su familia y salieron a buscar al ladrón con un machete y un palo con dos clavos. Cuando lo encontraron, el pibe que había sido robado estuvo a punto de pegarle con uno de los palos, pero al parecer sintió mucha pena por ese chico. Así que él y su familia sólo lo redujeron.
En ese momento pasó un patrullero que (¡oh! Sorpresa), tenía todas las pertenencias que habían sido robadas. Versión de uniforme: se las sacaron al pibe porque sabían que no eran suyas, pero no se lo podían llevar porque era menor.
Cuando los dos canas se acercaron al ladrón, le empezaron a pegar y, con sus botas, a apretarle la cabeza contra el cordón. Cuando mi amiga me contó esto, éramos las dos las que estábamos al borde de las lágrimas.

3º Postal:
Hace varios meses, en mi barrio, asaltaron un locutorio. Los negocios vecinos se dieron cuenta e inmediatamente fueron a defender al dueño y a sus hijos. Sacaron al ladrón al medio de la calle y le empezaron a pegar junto con algunos vecinos que se sumaban y otros que miraban y comentaban. Mi vieja volvía de trabajar y no pudo creer lo que vio. Gente de 30 años para arriba, pegándole a un pibe de no más de 16. Les pidió que por favor lo dejaran, y después de algunas puteadas al pibe y a mi mamá, se fueron yendo y lo dejaron tirado. Mi vieja, claro está, llamó a la ambulancia.

4º Postal.
También hace unos meses, dos pibes trataron de entrar (cuando entraba su mamá) a la casa de una compañera del colegio. Justo pasaban en auto dos vecinos, pararon y se bajaron. A los dos pibes que intentaban robar los cagaron a palos entre ellos y otros del barrio. Llamaron a la policía, y cuando llegó, palabras textuales del uniformado (según mi compañera): “síganles dando, total no los podemos llevar”, mientras jugaban a trabar y destrabar la hitaca.



Nota: el objetivo de los cuatro relatos es, en parte, explicar de qué manera reflexioné y llegué a la conclusión. No es, bajo ningún concepto, el morbo o el regocijo.

Conclusión.
Es increíble hasta qué punto ha llegado la perversión. Hasta dónde nos hemos rebajado como sociedad. Cómo descargamos nuestra bronca de siglos de ser explotados, en un pibe, un pibe que no tiene la culpa, que la culpa es nuestra, carajo.
El “yo no soy culpable de la vida que le tocó”, el “algo habrá hecho, en algo anda”, el “yo lo golpeo porque él no hubiera tenido problema de matarme”, el “hay policías buenos”, el “no se puede vivir, nos están matando a todos”. Son frases. Entre otras. Que nos lastiman.
Solía sentir vergüenza, mucha vergüenza de mi sociedad y de mí como sujeto de ella. Ahora también siento pena. Por esos vecinos, a los que les hacen creer que golpear a esos chicos, a sus hijos generacionalmente hablando, es hacer justicia.

Nota: hasta qué punto justificamos a las víctimas. Luciano Arruga fue torturado dentro de un destacamento, Vanesa Orieta (su hermana) y todos nosotros, sabemos quiénes son esos hijos de puta y dónde trabajan (sí, están trabajando). Vanesa no fue a lincharlos.

3 comentarios:

  1. qué grandeza! yo creo que ya los hubiera linchado... o quizás no, quizás, como Vanesa, hubiera canalizado el dolor en la lucha. Es admirable, de ella y de todo aquel que padece algo similar, transformar la ira destructiva en lucha con causa común.

    lo que relatás... y si, es muy difícil que un damnificado de primer o segundo grado (un familiar) putee a Menem cuando un pibito le afanó. Al que tienen que re cagar a palos es justamente al Menem de ayer, a los Menem de hoy, a los Macri`s de mañana... y así.

    Igual quedate tranqui, ahora están todos contentos por una serie de encuentros peronistas, parece que el país sale adelante. Sí, claro.

    Un Abrazote!!

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  2. Paula: Sí, la de Vanesa, una dignidad incomparable. Como le gusta decir a ella, hay que vivir también la alegría de la lucha!

    También es cierto lo que decís, y aclaro que si un objetivo tiene este post, es hacernos bajar a tierra. Vamos! el tipo que caga a palos al pibito es nuestro vecino, tío, nuestro amigo; es muchísimo más común y frecuente de lo que creemos; y por ahí viene la autocrítica de todos, la reflexión, el por qué. Cómo llegamos a torturar personas en conjunto, y a naturalizarlo. Digo, pensémoslo todos.

    Jajaja, sí, sale para adelante!

    Un abrazo

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  3. Ah! y te habrás dado cuenta de que estoy chusmeando tu blog, este también me gustó: http://algohabredicho.blogspot.com/2010/02/post-39.html

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